Domingo, nostalgia de adolescencia y música que vale la pena escuchar siempre.
En mi cabeza unos acordes en eterna repetición. Un gusano en la oreja que recorre una y otra vez, y otra vez, la misma melodía. Es domingo y la tarde se tiñe de sepia. Persiana entre abierta, soledad de otoño y estufa encendida. Tiempo de epifanía y la melodía se completa. La canción vive, empieza a sonar, dispara revelaciones. Con los ojos cerrados, vuelvo a volar allá, hace tiempo, un domingo perdido, nostalgia de adolescencia y un eterno disco. Un dormitorio juvenil repleto de posters y música, charlas alborotadas por culpa de ellas, una playa solitaria, el bravo mar espumoso bien marrón de río y saber que ya no se puede volver ahí. La infinita sensación de tristeza que me abraza. Me acuna. Silencio absoluto.
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