sábado, enero 14, 2012

Manifiesto Grunge: una historia contada en siete días (y más)

Prólogo para entender (no para entendidos)

Sucio. Denso. Tiene volumen, es corpóreo, las notas tienen peso propio. El aire se llena de Grunge. Dicen los especialistas del rock que es un "estilo". No. Es una forma de ser que me estruja el corazón cuando quiere o me hace volar a lugares impensados. Me estremece los huesos, me salgo de sí, entrecierro los ojos y sonrío. Eso. Eso es algo que me produce el Grunge, encarnados en esta tierra por bandas como Pearl Jam, Soundgarden, Alice In Chains, Nirvana, Stone Temple Pilots y otras.

Son sonidos de solos que nunca tocaré, son los gritos desgarradores, rabiosos, compungidos, solitarios que mil veces escuché, son las palabras que poco a poco fui comprendiendo. Eso. Eso es el Grunge, trascendió todo. Mis humores encadenados, mi tarareo compulsivo, tantos sentimientos. Indescriptibles rincones se iluminan con la sentida conjunción de simples canciones tocadas por esas bandas.

Miembros de Pearl Jam y Soundgarden (circa 1990)

Son bandas surgidas - casi todas - de una ciudad - imagino - gris, triste y solitaria al final de los Estados Unidos llamada Seattle. Son bandas surgidas - casi todas - en los mismos años, en los noventa. Década neoliberal, en donde se caen los muros y los soviéticos, y de todos lados llegan desempleados, y nos globalizamos, lenta y paulatinamente. Década siniestra dirán algunos, década de descubrimientos para otros, década del Grunge.

A comienzos de noviembre del 2011 viví junto a otros mortales, experiencias que quiero y creo no olvidar nunca más. Una felicidad real tal, que solo fue así porque fue compartida (Salud Chris McCandless!).

Confieso que no solo fueron siete días. Fueron algo más, digamos una vida.
Una historia de grunge, música, rituales, amigos y más, tantas cosas más.

Un día no, dos.

Fueron dos días. Una verdadera locura. Primero porque nunca había ido dos veces seguidas en la vida a ver nada, ni una película, ni una banda, ni a mi abuela. Dos entradas, platea, fila once del Gran Rex el día 9. Última fila del super pullman (allá lejos) que mediante un generoso aporte a un acomodador paso a ser platea, en fila veinte el día 10. Dos días con Chris Cornell en formato solista, sin Soundgarden o Audioslave, solo con su voz y su guitarra. Y sus ingenios y genialidades, y compartido un miércoles con Ricardo y un jueves con César. El primero amante a escondidas de Soundgarden, y el otro confeso partidario de Audioslave. Ambos viviendo en estado "X", dos encuentros inolvidables. Ambos devotos de Nirvana. De esos que brindan en reuniones paganas por Kurt Cobain y su amargo rock que tanto dió, da y dará. Indispensable ingrediente Grunge.

En mi primera experiencia viviendo fuera del calor del hogar propio, en una ajena Buenos Aires (porque algún día lo fue), junto al gran amigo Andy (recuerden que siempre la música compartida con amigos asegura la felicidad) escuchamos al desgarrador Chris por primera vez solito. No había TV, ni computadora, solo una radio prestada que tratada con simpatía hacía girar el CD pirateado llamado "Unplugged in Sweden". Horas y horas. Tal es el recuerdo, que antes del primer encuentro con Chris, hice una llamada desde la platea a este amigo, y reímos y celebramos por esas noches, tan parecida a esa noche.

Desde la fila 11

Cornell entró al escenario con simpleza, con ropa de civil, no como una estrella. Y allí radica, creo, una de las características del mundillo Grunge. Sin puestas en escenas exageradas, más bien parcas. En el comienzo, haciendo una del disco ese que sonó tantas veces y sonando igual, apareció (What so funny about) Peace, Love and Understanding.

(What so funny about) Peace, Love and Understanding.

Luego canciones como Call me a Dog, el llanto hecho canción en Wide Awake y los juegos con el invitado, el pelado Alain Johannes (capo). Tengo dos perlitas de esa noche, Billie Jean, memorable cover del clásico de Michael Jackson (Prestarle atención a la letra) e Imagine de Lennon, hermosa y sentida. Terminamos con el grunge en ecos y distorsiones de la mano de Blow Up the Outside World. Lo que había explotado eran nuestros corazones, y eso que era el comienzo de una semana agitada.


El día dos lo sentí más personal, como si se hubiera puesto a hacer canciones para él, esas que le gustan a Cornell pero eso nunca lo sabré. Scar in the Sky, Say Hello 2 Heaven (esperé en vano que entrara Vedder, sabiendo que estaría en Brasil pero igual, la esperanza es así) y otro puñadito de canciones de Temple Of The Dog (Salud Andy Wood!) sumadas a la chiquita The Keeper que tanto me gusta. Preaching the End of the World y When I´m Down, fueron soberbias. Y así se fueron dos encuentros irrepetibles, únicos, con buen humor, mágicos. Thank you!

Preaching the End of the World



Domingo de gloria

De los días más esperados. Salimos en grupo por las calles adoquinadas de Saavedra y cuando la noche despertaba, comenzó mi amada Release, esa que tantas veces imito en soledad (algo de vergüenza tengo). Una voz profunda, gutural, un llamado al comienzo de un ritual. Los años pasaron para Eddie Vedder, para todos, su energía como siempre impactante, abrazadora. Sin luces estridentes, y con un sonido que se que fue acomodando en las primeras canciones hasta sonar demoledor, Pearl Jam se encaminó al segundo encuentro con el público de Argentina (y de otras tantas partes), que llegamos para gozar. Desde un rincón del estadio de La Plata, veíamos agitarse al enjambre de adoradores del rey Vedder y sus compañeros de batalla, Mike McCready y Stone Gossard en guitarras, Matt Cameron en batería y Jeff Ament en bajo. El encuentro fue delicioso, llenando la boca de sabores, disfrutado por todos los sentidos, con el alma pletórica de dicha y el cuerpo inflado de energía.

Los saltitos de Vedder - Flickr PJ

Tantas veces los escuché, tantas veces me acompañaron, que me pareció por momento irreal estar allí. El comienzo me encontró perplejo, y la magia de los temas me hizo viajar lentamente, perdiéndome en solos de guitarras, en esos gritos atragantados que a veces lanza el enigmático Eddie, riéndome, escuchando las letras tarareadas, coreadas por miles de voces. Un todo que si lo tuviera que definir, sería con la palabra, bello.

Abrigado por el calor de los amigos, cada uno de nosotros eligió un tema que quería escuchar, su preferido y a medida que lo íbamos escuchando fingíamos irnos, como si de allí en más todo superaba la expectativa de lo esperado. Porch eligió Ricardo, Better Men fue el escogido por Mari y Yellow Ledbetter por Sol. Casi todos sonaron al final. Given to Fly y Do the Evoution fueron mis esperadas. Entre nuestros deseos sonaron los deseos de otros, gemas como Jeremy, Black, Why Go o Just Breathe que nos dejaron sin aire.

Do the evolution - PJ

Why Go - PJ live

Verlo a Eddie Vedder, allá, a lo lejos con su camisa abierta, su botella en mano, en algún salto alocado, con la barba que usa ahora, era un todo en perfecta armonía con aquel deseo de ver a Pearl Jam en vivo. Allí, ese ritual soñado, se cumplía. Las luces se encendían para los últimos acordes, la despedida se eternizaba, Vedder se sentaba al cordón del escenario y todos volvíamos con la alegría que solo se siente en esos días.

Vedder - Flickr PJ





Un regalo compartido

Stone Temple Pilots no estaba en la agenda. Apareció Ces con entradas regaladas y hacia al Luna Park fuimos. Miércoles de nuevo, siete días de rock, de grunge, amigos, rituales y más. STP no es de Seattle y está algo alejada del movimiento en sí, pero está allí. Es parte, es un satelite, ¿que seríamos sin la luna no? STP tiene una postura más pretenciosa, más estrella, más glamoroso, más David Bowie. Pero es algo realmente pesado y tienen matices que lo hacen diferentes, y en la diversidad ganamos todos.

Nunca lo escuché con devoción, y hoy es el día que no tengo un disco de ellos, pero lo hecho en poco menos de dos horas fue explosivo. El adrenalínico Scott Weiland, simplemente un reventado que se reinventa, tiene esa manía del megáfono que tanto me gusta. En tramos de sus temas los utiliza para cantar y allí radica algo original, alejado de complejo efecto digital y volcando en ese simple gesto, una actitud rocker natural. Los hermanos DeLeo, en guitarra Robert y en bajo (el otro) ofrecen todo y más, se abalanzan con sus cuerpos sobre la marea del Luna apoyados por un poderoso Kretz en batería.

Crackerman - STP live

El inicio que hacen siempre, Crackerman, y el megafono parlanchin como soporte, Vasoline, la hermosisima Big Empty (de las que esperaba con ganas), el clásico Plush y una poderosa versión de Down que rompió oídos. 

En una de esas atraparon a una pequeña dama del público, Weiland le prestó su megáfono y ella lanzó los primeros versos de Dead and Bloated, así fue el comienzo del final de los STP. Arrolladora maquinaria para un miércoles a la noche. Vale aclarar algo más, fue el último concierto dado por la banda hasta el momento. De allí no hay más novedades. Raro privilegio. 

STP visto desde nuestros asientos regalados



Epílogo del Manifiesto

Sepan perdonar estas palabras de adoración al Grunge. Marcan a fuego una generación y a mi en particular. Esto no pretende ser un artículo académico ni es una de esas crónicas de conciertos, tan solo son palabras de agradecimientos en una tarde de verano.

Recientemente salió un libro llamado "Everybody Loves Our Town: The Oral History of Grunge" de Mark Yamm. Allí encontraran el verdadero Manifiesto Grunge contado en primera persona. Esta historia narrada aquí es solo un satélite.

Lo vivido en esos siete días fueron especiales. Tanto tiempo de esperas y deseos para que todo se concentrase en siete días. Gracias por esos días, y por lo de siempre. 



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