jueves, mayo 15, 2014

Viaje para un hombre sencillo

Andre Firmiano - Sobrero


¿Por qué estas leyendo esto? ¿Por qué tenés esto frente a vos?
Muchas decisiones te trajeron a este instante en que tu vida se cruza con la mía.
Es un viaje extraño en el que estamos. Encuentros y desaciertos van habitándonos, de fantasmas o sonrisas; de miedos y encrucijadas, y no podemos parar. Aquí no se puede pasar. Estamos frente a un ajedrez metafísico, y las piezas se mueven hasta el final.
Un viaje. El tuyo y el mío. Desde ahora, nuestro.
Dame tu mano y cerra los ojos. Dejemos que los sentidos nos transporten y nos pueblen de reflexiones.

Tu mirada te hace creer que estas leyendo esto, pero en realidad viene galopando desde otra parte. Desde tu conciencia de viajero posiblemente. Porque, al final de cuentas, vos y yo somos afluentes de un mismo río. Naveguemos juntos entonces, en este mar de palabras, así, tal vez, lleguemos a conocernos, mi querido lector.

Un viejo loco decía “describe tu aldea, y describirás al mundo”. No creo que precisamente se refiriese a si en la aldea había tres manzanos, o cruzaba un arroyo. No. Más bien apuntaba a la esencia de las cosas, esas que se repiten en el tiempo, o al menos eso quiero creer.

¿Cuántas veces moriste, y cuántas te mataron?

Morimos y nacemos muchas veces dentro de un mismo viaje, mientras intentamos darnos forma.
Cuando emprendiste tu viaje, inflaste tus pulmones con aire, como buscando coraje a bocanadas. Resoplaste resignaciones, y de seguro le echaste un manotazo a ese par de lágrimas empecinadas en brotar. Paseaste tu mirada sobre las miradas que te rodeaban, tal vez, preguntando a donde irían, o que les esperaría a su encuentro.

Pensaste en vos. En tu pasado, y ver el futuro era algo imposible.

Ahora estás acá, dentro de un recuerdo, o un ensueño. El viaje es así. Todo se torna indefinible, muy a prisa, casi como en un sueño en donde el mundo se percibe en el mismo instante que se crea, y se destruye en cuanto apartamos la mirada. El pasado va desplomándose sobre nosotros, y en la boca nos queda el sabor del último mate, y en el cuerpo el calor del abrazo que nos falta.
 
¿Cuántas decisiones tomaste hasta el instante anterior a estar leyendo esto? Y ahora, aunque parezca extraño, acá estamos, frente a frente, vos y yo. De todas las posibilidades que existen, nos encontramos en un mar de palabras.

Si quisiese explicarte como o cual fue el comienzo, no podría.
Los antiguos griegos creían en las tres hermanas del destino, y eran ellas las que marcaban el comienzo del viaje, también la duración y el tijeretazo que arrancaba el final.
Ojalá nuestra travesía fuese tan sencilla.

Hacemos un salto de confianza hacia el vacío, como Altazor y su paracaídas. Encontramos convicciones y las perdemos. A gran velocidad atravesamos puertos y aeropuertos, traiciones y bienvenidas. Mesas de amigos en donde podemos arreglar el mundo. Y todo se hace humo. Seguimos cayendo acelerando nuestro vértigo. Uno dos tres golpes, y volvemos a ponernos de pie. Nos levantamos sacudiendo el polvo, y otra vez a volar.

¿Seguís ahí? Espero no aburrirte, pero necesito acercarme y contarte mi viaje, porque, ¿sabes una cosa?; perdí la huella, y por eso camino. Tal vez, en una de esas, en un golpe de vista la encuentro, como aquel que volaba para alcanzar su sombra.

Miedo, incertidumbre, esperanza y ansiedad, todo se mezcla en la valija del viajero. Y es por eso que todo viaje tiene ese dejo de fábula extraordinaria, de cuento mágico o novela fantástica.

Dostoievsky escribió alguna vez, que lo que mayor temor le causa al hombre, es alejarse de las certezas. Y tal vez esa sea la mejor definición de un viaje. Adentrarse en deseos, y correr el peligro de estar vivo.

Defender a pluma y espada nuestra porción de sinceridad, así el viaje sea obligado por terceros o cuartos, por crisis o amores correspondidos. Los motores son muchos. El viaje, uno solo, y un pestañeo basta para el extravío del rumbo.

Una vida, un viaje y un pasaje de ida. Una pequeña maleta que atesora momentos felices.

El viaje, una ida y una vuelta. Diferentes historias que comienzan de manera similar. Un pie delante del otro, una, y otra y otra vez, van trazando senderos nuevos, aunque las calles sean las mismas; es que nosotros somos diferentes y nuevos cada día.

Las historias se repiten, la vida juega, y los grandes viajes todavía esperan hombres sencillos para surcar nuevos cielos.

Texto inédito de Andrés Sobrero.

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