Fue el último atardecer del año. Del 2010. Chau.Estábamos parados en un balcón. Sin hablarnos, contemplando.
Los atardeceres siempre me traen una sensación de placidez. Me acuna la tranquilidad. Un absoluto momento de no-conciencia.
Mi viejo siempre habla de los atardeceres como el momento del rubedo alquímico, como aquel instante en que los pájaros retornan a sus nidos siempre volando en números impares y como, en esos minutos posteriores en que se oculta el sol, la brisa nos comienza a acariciar.
Ninguna de esas tres cosas faltó en el último sol. Ni la brisa, ni los pájaros impares, ni la alquimia. Nada de eso. Chau y volvé pronto.
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